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martes, 16 de octubre de 2007

EL DOMINICANO QUE HA LLEGADO MAS LEJOS



César Sánchez Beras
cesabe90@hotmail.com

La República Dominicana por el hecho de tener elementos naturales y culturales excepcionales, es hoy por hoy uno de los destinos mas concurridas por turistas de todas las latitudes del planeta.

Igualmente la modernización de las vías de comunicación y transporte, eso que llamamos la aldea global, ha logrado que hoy día solamente existan las fronteras del espacio sideral o algunas que otras xenofobias resentidas por una antigua malquerencia, fruto de milenarias colonizaciones casi superadas por los pueblos modernos.

Hasta hace unos cuantos años, era una noticia saber que en Irlanda del Norte un criollo tenía una pulpería, que en Turquía alguien se volvió loco por el “sancocho” de una mulata de Nagua o que en Groenlandia a una dominicana se le erizaba el pelo tras oír en un radito Walkman de un viajero, el lírico quejido de Juan Luis de su CD Bachata Rosa.

El dominicano, ese mismo que describiera nuestro poeta de la patria, como oriundo de la noche y de un país colocado en el mismo trayecto del sol, se ha universalizado. Ha llevado su carga de amoríos y costumbres a cada lugar que ha visitado, ha transportado su idiosincrasia nacional, su negro tras la oreja, sus aspiraciones y mitos populares, sus supersticiones afroantillanas, como si fuera su piel o el aliento de su alma.

Pero, ¿ cuál es el dominicano que ha llegado mas lejos?

Sin duda alguna el criollo que más lejos ha llegado es el merengue. Pero no es el merengue de Juan Luis Guerra, gozosa mezcla de música y poesía la cual usted puede bailar o escuchar, meditar o saborear, como un digno ejemplo de lo que somos capaces de hacer cuando estamos rebozados de lirismo.

No es el merengue de Wilfrido Vargas, quien puso velocidad y ritmo a letras serias o jocosas para llevarla por segunda vez, allende de los mares del Caribe. Tampoco es el célebre Compadre Pedro Juan, en la versión excelsa de Michael Camilo, en donde muestra el añejo y acompasado merengue de Quisqueya, como una simbiosis de clasicismo y ritmos caribeños.

Aunque los ejemplos mencionados anteriormente son muy válidos, no es ese merengue el dominicano que ha llegado mas lejos. Es el merengue como fenómeno cultural, como expresión de lo que somos, fuimos y seremos. El merengue como testigo furtivo, alegre y aguardentoso de nuestras aspiraciones de ser una nación mejor.

El dominicano que ha llegado mas lejos, es el merengue en cualquiera de sus versiones, no importa que sea “perico Ripiao” o secuenciado, que esté en CD o en vellonera, esa muestra de algunos tres minutos es el cronista de un pueblo que tiene azares y epopeyas.

Ese merengue que es una vena alucinada de guloya, que a veces es un viejo patriotismo traspirado en la cintura y en otras ocasiones tan solo la bitácora de un sueño tatuado por las sombras. Ese merengue es el dominicano que ha llegado mas lejos, que no pidió permiso en embajadas, que se ha instalado en las culturas de otros pueblos con el solo permiso de sus rítmicas tamboras.

Ese dominicano que ha sido vejado algunas veces y otras tantas apadrinado por unos cuantos detentadores de la cultura nuestra, debe seguir viviendo, no como un eslabón músico-cultural, sino como una expresión valedera de una dominicanidad que debe superarse diariamente en las letras y en las composiciones de nuestros músicos y poetas, sean éstos cultos o populares.

Ese dominicano que ha llegado tan lejos, debe ser visto como lo viera Franklin Mieses Burgos:

“... ¡bailemos un merengue que nunca mas se acabe!
Bailemos un merengue hasta la madrugada;
que un hondo rió de llanto tendrá que correr siempre,
para que no se extinga la sonrisa del mundo...
Bailemos un merengue
de espaldas a las sombras de tus viejos dolores,
más allá de tu noche eterna que no acaba!
¡Frente a frente a la herida violenta de tus labios
por donde gota a gota,
como un oscuro rió desangran tus palabras!

¡Bailemos un merengue hasta la madrugada...”

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