Sentado en el fondo del salón, sentí su presencia como una llamarada de fuego votivo eternamente encendido en el ánimo del buen catador de arcos, violines, violas, vinos y quimeras. Su aire de reina solapada y esquiva, conjugaba en su senil figura los sueños tránsidos del eros húmedo de la madrugada.
La vi y su anagrama del pentateuco se convirtió en las figuras enajenadas del hinduismo, conjugando las maromas del amor en el interespacio posible de la nada, del verbo del comienzo y las alegorías silentes de las olas al regreso.
Supe del aprecio conquistado en cada una de sus tardes de toros, que cada torero besaba el redil de su roja conquista, que cada rabo y oreja iban en su nombre, como macarena henchida de místico vuelo o como azahar de impronta, de lisonjas y ruedos.
Ayer la volví a ver, después de la hora nona, me sorprendió la madrugada de sus ojos vacíos, la marca de tristeza en el arco superior de sus párpado, la palidez de su rostro ajado y taciturno y la urdimbre solitaria de una vida en la bacanal del olvido.
Solo dieciocho años la separan del comienzo de la vida ..........Que nunca vivió.
Asdrovel Tejeda Acevedo
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