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sábado, 11 de diciembre de 2010

POETA DE LA SEMANA




Giacomo Leopardi

(Recanati, Italia, 1798-Nápoles, id., 1837) Escritor italiano. Educado en el ambiente austero de una familia aristocrática provinciana y conservadora, manifestó precozmente una gran aptitud para las letras. Estudió en profundidad a los clásicos griegos y latinos, a los moralistas franceses del siglo XVII y a los filósofos de la Ilustración. A pesar de su formación autodidacta, impresionó muy pronto a los hombres de letras y los filólogos de su tiempo con su erudición y sus impecables traducciones del griego. Su frágil salud se resintió gravemente a causa de esa dedicación exclusiva al estudio.

La lectura de los clásicos despertó su pasión por la poesía y formó su gusto. En Discurso de un italiano sobre la poesía romántica (Discorso di un Italiano intorno alla poesia romantica) tomó partido por los clásicos en la disputa que planteaba el romanticismo, argumentando que la poesía clásica establece una intimidad profunda entre el hombre y la naturaleza con una simplicidad y una nobleza de espíritu inalcanzables para la poesía romántica, prisionera de la vulgaridad y del intelectualismo modernos. El tema del declive político y moral de la civilización occidental y, en particular, de Italia, es central en sus primeros poemas, que pasaron a formar parte de los Cantos (Canti, 1831), obra que pone de relieve el divorcio del hombre moderno y la naturaleza, considerada como única fuente posible de amor.

A partir de 1817 mantuvo una asidua relación epistolar con Pietro Giordani, que fue a la vez su mentor y amigo. También en ese período inició la redacción de su ensayo Zibaldone, en el que trabajó durante años, precisó progresivamente lo que él llamaría su «sistema filosófico» y elaboró el material literario que le serviría para sus obras mayores. Ese trabajo de introspección favoreció el desarrollo de su faceta lírica e intimista, que se expresa en versos de gran musicalidad: entre 1819 y 1821 compuso los Idilios (Idilli). Leopardi elaboró un lenguaje poético moderno que, asumiendo la imposibilidad de evocar los mitos antiguos, describe las afecciones del alma y el paisaje familiar, transfigurado en paisaje ideal

El infinito Canto XII

Amé siempre esta colina,
y el cerco que me impide ver
más allá del horizonte.
Mirando a lo lejos los espacios ilimitados,
los sobrehumanos silencios y su profunda quietud,
me encuentro con mis pensamientos,
y mi corazón no se asusta.
Escucho los silbidos del viento sobre los campos,
y en medio del infinito silencio tanteo mi voz:
me subyuga lo eterno, las estaciones muertas,
la realidad presente y todos sus sonidos.
Así, a través de esta inmensidad se ahoga mi pensamiento:
y naufrago dulcemente en este mar.



A Silvia
Canto XXI

¿Todavía recuerdas
de tu vida mortal, Silvia, aquel tiempo,
en el que la beldad resplandecía
en tus ojos huidizos y rientes,
y alegre y pensativa, los umbrales
juveniles cruzabas?

Resonaban las calmas
estancias, y las calles
vecinas con tu canto inagotable,
mientras a las labores femeniles
te sentabas, dichosa
de aquel vago futuro de tus sueños.
Era el mayo oloroso: y tú solías
pasar el día así.

Yo los gratos estudios
tal vez dejando y los sudados pliegos,
que mi temprana edad
gastaban y de mí la mejor parte,
en los balcones del hogar paterno
escuchaba el sonido de tu voz
y tu mano ligera
recorriendo la tela fatigosa.
Miraba el cielo calmo,
los dorados caminos y los huertos,
y allá el lejano mar, y allá los montes.
Lengua mortal no dice
lo que mi alma sentía.

¡Qué dulces pensamientos
que esperanzas, qué pálpitos, oh Silvia!
¡Cómo la vida humana
y el hado contemplábamos!
Cuando recuerdo tantas ilusiones,
me abruma un sentimiento
acerbo y sin consuelo,
y me vuelve a doler mi desventura.
Oh tú, naturaleza,
¿por qué no das después
lo que un día prometes? ¿por qué tanto
engañas a tus hijos?
Antes que el frío arideciera el prado,
de extraña enfermedad presa y vencida,
moriste, oh mi ternura, sin que vieras
las flores de tu edad;
no alegraba tu alma
el dulce elogio o de las negras trenzas
o de tu vista esquiva y amorosa;
ni contigo en las fiestas las amigas
de amoríos hablaban.

También murieron pronto
mis dulces esperanzas: a mis años
también les negó el hado
la juventud. ¡Ah, cómo,
cómo pasaste, cara compañera
de mi primera edad,
mi llorada ilusión!

¿Es este el mundo aquel? ¿Éstas las obras,
el amor, los sucesos, los placeres
de los que tanto entre los dos hablábamos?
¿esta es la suerte de la raza humana?
Al llegar la verdad
tú, mísera, caíste: y con la mano
la fría muerte y la desnuda tumba
de lejos señalabas.


Canto XXIV La calma después de la tormenta


Pasó ya la tormenta;
los pájaros gorjean; la gallina
ha tornado al camino
y vuelve a cacarear. Sereno el cielo
surge a Poniente, sobre la montaña;
despéjanse los campos
y aparece en el valle el claro río.
Todo pecho se alegra; en todas partes
renacen los rumores;
el trabajo prosigue.
A contemplar el cielo, el artesano,
obra en mano, cantando,
asómase a la puerta;
sale la joven a coger el agua
de la reciente lluvia;
repite el verdulero
de camino en camino
el cotidiano grito.
He ahí el sol que retorna y que sonríe
por pueblos y colinas. Los balcones
y las terrazas abre la familia ;
en el sendero escúchase a lo lejos
tintinear de esquilas; cruje el carro
del viajero que sigue su camino.

Todo pecho se alegra.
¿Cuándo tan dulce y grata
es como ahora la vida?
Con tanto amor, el hombre,
¿cuándo se da a su estudio,
torna al trabajo, o nueva cosa emprende?
¿Cuándo se acuerda menos de sus males?
Placer, de afanes hijo;
vano goce, que es fruto
del pasado temor, donde temblaba
de espanto ante la muerte
el que odiaba la vida;
donde, en largo tormento,
fría, callada y pálida,
palpitaba la gente, contemplando
desplomarse sobre ella
viento, rayos y nubes.

Naturaleza afable,
las dádivas son éstas,
son éstos los deleites
que ofreces al mortal. Salir de penas
goce es para nosotros.
Penas derramas largamente; el duelo
espontáneo surge, y los placeres
que por milagro algunas veces nacen
de los afanes, son gran suerte. ¡Humana
prole cara a los dioses! Feliz casi
si descansar te dejan
de algún dolor; dichosa
si la muerte te cura de ellos todos.

Citas

* "Confía en los que se esfuerzan por ser amados; duda de los que solo procuran parecer amables."

* "La gentileza de morir comprende".

* "La paciencia es las más heroica de las virtudes, precisamente porque carece de toda apariencia de heroísmo."

* "Los antepasados son lo más importante para quien no ha hecho nada."

* "Los niños hallan el todo en la nada; los hombres, la nada en el todo."

* "No temas ni a la prisión, ni a la pobreza, ni a la muerte. Teme al miedo."

* "Para la felicidad son menos nefastos los males que el aburrimiento."

* "Quizá, el camino más directo para conquistar la fama sea el afirmar con seguridad y pertinencia y, por cuantos modos sea posible, el haberla conquistado."

* "Volvió a mi mente el día que la batalla / de amor sentí por primera vez, y dije: / ¡ay de mí, si esto es amor, como atormenta!"