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sábado, 20 de agosto de 2011

Pablo Milanes Yolanda

ROSARIO CASTELLANOS


Semblanza

Nació en la ciudad de México el 25 de mayo de 1925, y murió en Tel Aviv, Israel, el 7 de agosto de 1974. Recién nacida fue llevada a Comitán, Chiapas, la tierra de sus mayores. Ahí hizo sus estudios primarios y dos de secundaria. Regresó a la capital a los dieciséis años. Se graduó de maestra en filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1950; más tarde, en la Universidad de Madrid, llevó cursos de estética y estilística. A su regreso a México fue promotora de cultura en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, en Tuxtla Gutiérrez (1952). De 1954 a 1955, con la beca Rockefeller escribió poesía y ensayo. De 1956 a 1957, trabajó en el Centro Coordinador del Instituto Indigenista de San Cristóbal las Casas, en Chiapas; en el Indigenista de México, de 1958 a 1961, fue redactora de textos escolares. De 1961 a 1966 desempeñó la jefatura de Información y Prensa en la UNAM, bajo el rectorado del doctor Ignacio Chávez, e impartió las cátedras de literatura comparada, novela contemporánea y seminario de crítica en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universidad, de 1961 a 1971. Ejerció con gran éxito el magisterio, en México y en el extranjero; en los Estados Unidos como maestra invitada por las Universidades de Wisconsin y Bloomington, los años de 1966 y 1967, y en Israel, en la Universidad Hebrea de Jerusalem, desde su nombramiento como embajadora de México en ese país, en 1971, hasta su muerte.


Destino

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.

Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
—antes que lo devoren— (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.



Dos elegías breves


Al pie de un sauce, triste Narciso de las aguas,
o cerca de una roca inexorable
quiero dejar mi cuerpo
como el que deja ropas en la playa.
Ay, mis brazos, guirnaldas desceñidas,
ay, mi cintura quieta entre las danzas.

No soy de los que exprimen
su corazón en un lugar violento.
Soy de los que atestiguan
la belleza y la muerte de la rosa.

II

Si pudiera mirarte, bella tan sólo, rosa,
y detener mis ojos largamente en tus pétalos
como una sed que duerme a la orilla de un río.

Si te mirara sólo, sin amarte,
con este amor convulso y desgarrado
de quien siente tu fuga irrevocable.

Ah, si yo no quisiera disecarte,
amarilla, en las páginas herméticas de un libro
con el afán inútil del que conoce el tiempo.



El despojo

Me arrebataron la razón del mundo
y me dijeron: gasta tus años componiendo
este rompecabezas sin sentido.

No hay más. Un acto es una estatua rota.
Una palabra es sólo
la imagen deformada en un espejo.

¿Qué vas a amar? ¿Un cuerpo que se pudre
—ese pantano lento en que te ahogas—
o un alma que no existe?

¿Qué puedes esperar? El tiempo es lo continuo
y si dices “mañana” mientes, pues dices “hoy”.

Ni siquiera se muere. Algo muy leve cambia
y sigues, dura, en piedra; creciendo en vegetal
y otra vez despertando en lo que eras.

Otra vez. Otra vez.

Me dijeron: no busques. Nada se te ha perdido.

Y los vi desde lejos
ocultar lo que roban y reír.


Elegía

Nunca, como a tu lado, fui de piedra.

Y yo que me soñaba nube, agua,
aire sobre la hoja,
fuego de mil cambiantes llamaradas,
sólo supe yacer,
pesar, que es lo que sabe hacer la piedra
alrededor del cuello del ahogado.


La despedida


Déjame hablar, mordaza, una palabra
para decir adiós a lo que amo.
Huye la tierra, vuela como un pájaro.
Su fuga traza estelas redondas en el aire,
frescas huellas de aromas y señales de trinos.

Todo viaja en el viento, arrebatado.

¡Ay, quién fuera un pañuelo,
sólo un pañuelo blanco!




La nostalgia


Si te digo que fui feliz, no es cierto.

No creas lo que yo creo cuando me engaño.

El recuerdo embellece lo que toca:
te quita la jaqueca que tuviste,
el sopor de la siesta lo transfigura en éxtasis
y, en cuanto a ese zapato que apretaba
tanto que te impidió bailar el primer baile,
no hubo zapato. Mira: estás descalza, danzas
eternamente ingrávida en el círculo
cerrado de un abrazo.

Danzas sin esa doble barbilla de tu gula,
sin esa arruga artera
que está acechando alrededor de tu ojo