por Delfina Acosta
Desde que el mundo es mundo, la palabra del hombre ha estado sometida al juicio de los demás.
Las muchas epístolas o cartas que dan soplo y vida al Nuevo Testamento, fueron escritas por San Pablo. Las epístolas a los Colosenses hallaron inspiración estando San Pablo, uno de los más eminentes hombres de la doctrina cristiana, en prisión.
Era contra la ley leer la Biblia, inicialmente. Además, estaba escrita en latín.
Martín Lutero (1483 – 1546 ), ávido de conocer más sobre la palabra de Dios, a quien buscaba con el fuego de la fe, empezó a estudiar el latín y el hebreo, para terminar traduciendo el Nuevo Testamento al alemán. La primera edición, en 1521, fue de tres mil ejemplares, y todos los que conocían alemán, aprendían el Nuevo Testamento con rapidez.
No fue precisamente la traducción del libro al idioma alemán lo que le costó a Martín Lutero ser excomulgado, sino el hecho de haber desafiado –abiertamente– a la Iglesia católica. Un monje dominico, Tetzel, predicador de las indulgencias, deja mal a la Iglesia, en 1517. Grandes cobranzas percibía la Iglesia católica a través de la “compra” de las almas recluidas en el purgatorio por medio de las indulgencias. Esas sumas de dinero eran invertidas, en parte, en la construcción de la basílica de San Pedro.
Ofendido por la manipulación de los bienes materiales en asuntos espirituales, Martín Lutero escribió sus noventa y cinco tesis, clavándolas (dicen) en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg.
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