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domingo, 2 de diciembre de 2012

RECUERDO


Se bajó de la cama tan pronto abrió los ojos en la mañana, el viento golpeaba la ventana, hacia frio, descorrió la Cortina y miró sin ver el paisaje de la calle, todavía con los ojos cargados de sueños, encendió el televisor en el canal del tiempo, presuroso entro al baño y recordó  que no había comprado jabón en el supermercado la noche anterior, se mojo con agua caliente y tarareo una canción.

Salió del baño y entro al guardarropa, escogió una corbata cualquiera que no hacia juego con la camisa, puso el café, se tomo la pastilla de la presión y una aspirina, volvió a la ventana y miro sin ver la segunda vez, ahora estaba despierto, sonó la cafetera , el café estaba listo, por un momento, escaso, recordó un anafe y el aroma del café en el patio de la infancia y la sonrisa feliz de la vieja pasándole el jarro de aluminio con el brebaje negro, sacudió el recuerdo con movimientos leves de cabeza y encendió su primer cigarrillo.

Miro el reloj por tercera o cuarta vez, chequeo el maletín, repaso su agenda, tacho dos compromisos en la mañana, entendió que no tendría tiempo de cumplirlos, eran demasiados, con un pedazo de pan a medio consumir, se sentó en el espacio de la computadora, encendiéndola, el helooo tiene mensajes, le abofeteo por primera vez en la mañana, decidió no oírlos y por un momento, como un fogonazo congelado en el tiempo, le vino a la memoria el pequeño rio de su pueblo, el parque con los amigos, el olor del pan recién hecho de la panadería del barrio, el buen día vecino, como amaneció. Volvió a sacudirse el recuerdo, se paró a planchar la camisa amarrilla, no hacia juego con la corbata.

Se puso el traje de su vida nueva,  que era vieja, se miro al espejo y no se reconoció, esa cara tenía algún parecido, pero no era él, se ajusto el nudo de la corbata, miro orgulloso su rolex en su mano izquierda, su cartier en el marco de los espejuelos, su anillo de graduación, con brillantes diamantinos en el borde, escogió un pañuelo, no hacia juego, ni con la corbata, ni con la camisa.

Mientras ponía la clave de la alarma le llego a la memoria la risa de sus amigos, la ternura infinita de sus hermanos, los abrazos y saludos de los vecinos, cuando las mariposas llegaban en abril, los locrios de Rhada en la liza y la lluvia cantarina en el zinc.

Abrió la puerta, salió  y camino al elevador presuroso, sonó su celular, le esperan, le dijo una voz  grave, impersonal y acuciosa, fría, están aquí y le esperan, por un momento, sólo por un momento, recordó que aun era posible vivir.

Asdrovel A Tejeda Acevedo

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