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domingo, 26 de agosto de 2007

VENDRAN DIAS MEJORES, VIEJA


Vendrán días mejores, Vieja”
por César Sánchez Beras
Tpmpoeta@yahoo.com.ar

De niño siempre pensé que mi vieja no se cansaba, estaba en todos lados a todas horas, incluso cuando dormitaba vigilaba a sus hijos con una especie de sexto sentido que le permitía concentrarse más en lo que hacíamos, que en el sueño que estaba tratando de alcanzar.

Aunque soy el mayor de su recua, como decía ella a los vecinos, nunca entendí como ella a muchos metros de distancia, y sin ningún tipo de visibilidad, podía distinguir el llanto de José, el más pequeño de mis hermanos, dentro de un mar de llanto de 6 ó 7 primos que a veces coincidíamos en la casa de la abuela materna para pasar las vacaciones.

Mi papá siempre estuvo en casa, nunca durmió fuera, pero nunca llegó temprano, así que mi vieja, tuvo que lidiar casi sola, con peleas de hermanos y primos, componer cañerías, corregir asignaturas pendientes, aplicar vacunas contra la polio, dar remedios contra las lombrices, preparar y obligar a beber pócimas para el asma y sobre todo castigar desobediencias.

Si no fuera por el amor que nos une como familia, la palabra pobre sería un estamento social que nos quedaba grande. Esto obligaba a mi vieja a ser además de madre, mago, ilusionista, vidente, para convertir cualquier cosa no usable por una tía o amiga de infancia que llegaba del extranjero, en futura ropa para sus hijos, juguetes para Santos Reyes, o cualquier resto de comida en próximo “banquete” para la recua.

Que yo recuerde ninguno de mis hermanos osó contradecir la mano izquierda de mi viejita, que daba con razón o por sospecha. Vivimos en muchos sitios, muchos de ellos de pésimas condiciones sociales, pero su vozarrón de madre y su mano oportuna para castigar disidencia en la tropa, hizo que nos criáramos mas o menos decentes.

Las continuas mudanzas, pues mi viejo era de la vieja guardia, y lo trasladaban de cuartel cada 6 meses, y la ley contra “juntiña” de mi mamá, me creo mi habitual soledad y mi tendencia a pocos amigos.

El primer día de clase siempre fue inolvidable para mí, y un gran problema para la vieja. Comenzaba días antes, cuando con las piernas de un pantalón en desuso del viejo, mi mamá con sus pacientes manos, hacia un “pantaloncito” para mí.

Lo de pantalón era un eufemismo, pues era una especie de funda sin bragueta, sin pretina, sin bolsillo, sin tirantes para correa, sólo dos cilindros de tela unidos y una banda elástica para que se sujetara al abdomen. Pero había que ir con ese “pantalón” a la escuela Socorro Sánchez, de Villa Duarte, y en la tarde “para que no salgan tigres” a la escuelita hogar de doña María.

Teníamos que utilizar al máximo cada hoja, pues si la libreta no se completaba serviría para el próximo año, los lápices partidos en dos partes iguales servirían para el uso compartido de dos de la recua, el que se portaba mejor le permitían tener el lápiz con la borra.

Como afortunadamente los libros no cambiaban tanto de edición, yo estudie gramática con el libro “Joaquin Añorga” de mi Prima Esperanza y fui el sexto en utilizar el álgebra de “Baldor” de mi hermana Mayra, los que estudiaron después de mí tuvieron que cargar con la mala suerte de que yo escribía versitos en las libretas y garabateaba los libros cuando la maestra era insípida.

Mi facilidad para la expresión está justificada en el vocabulario de mi vieja, siempre tenía a flor de labios un refrán para corregir con la sapiencia de los proverbios, siempre tenía el dicho oportuno para corregir faltas presentes o por venir y lo que no decía el proverbio, lo rubricaba la vara de araiján o de granada, cuando no la correa de cuero o la chancleta de goma.

Cuando alguien estaba refunfuñando por algo ella decía oronda, como si disfrutara la sentencia: “Dice el rey Salomón en su décima cantando, cuando el culo quiere foete, el mismo lo anda buscando...” o a las primas cuando mariposeaban mucho frente a los muchachos en edad de merecer, les decía: “cuando las hormigas se quieren perder, alas le suelen nacer...” De cuando en vez cuando un vecino intercedía por nosotros ante un castigo que si bien justificado ya era tortura, mi vieja decía, como justificando la pela: “...de los hijos yo saco gente o no saco na...”

Lo que más me maravilla de mi mamá ha sido su entereza y entrega, su solidaridad y compañerismo con los otros. Nunca pensó en ella primero, siempre antepuso el bien del otro a la conveniencia propia. Siempre tomó la comida de último para asegurarse que los otros comieran, siempre voló despacio para que la recua llegara junta.

Siempre lloraba, pero nunca lloraba por el dolor propio, siempre lo hizo por el hijo de Marcia, que no aparece dizque porque es comunista, o por Manuela la hija de Engracia que dejó la escuela y dizque es prostituta en la capital, o por el primo que se fue en yola y no tienen noticias de él o por la mujer que murió de parto y dejo 3 cachorros huérfanos y ella no puede coger ninguno porque ella está para que le críen los de ella. O su entereza cuando alguna prima de mejor posición económica le proponía para aligerar la carga, que mandara uno de los muchachos a criarse con ellos, le decía con más soberbia que agradecimiento: “Lo que se dan son los perros, sino son de raza, que si son de raza se venden...”

Hoy cuando la veo zarandeada por los nietos que no respetan su vozarrón de madre, ni su izquierda demoledora. Presa de la artritis que no le permite caminar al mercado diariamente a pelear con los turcos que llegaron de lejos vendiendo verduras, hoy me duelen más sus palabras que de niño repetía hasta el cansancio: “vendrán días mejores”. Lo repetía a diario, si faltaba comida, vendrán días mejores. Si se enferma Apolinar, vendrán días mejores. Si tenemos que mudarnos por enésima vez, vendrán días mejores. Si no hay libros, ni uniforme para ir a la escuela, vendrán días mejores.


Y quizás serán mejores para otros, para mis hijos, para sus nietos, para los que hoy tenemos la casa que usted no tuvo, y la comodidad que usted no soñó, hoy que tenemos las habitaciones grandes, pero no hay con quien llenarlas, hoy que tenemos el carro para ir a pasear pero usted no quiere salir a ningún lado, hoy que tenemos el dinero para comprar la televisión grande donde se ven las personas del tamaño real, usted no tiene luz en los ojos pues la cataratas dieron cuenta de ellos.
Hoy vieja, tenemos tiempo para todo, dinero para todo, pero usted está por marcharse. Por eso cuando estoy lejos vieja, sigo siendo bueno sólo para que usted no llore, para que nadie le enturbie los años que le quedan diciéndole que su hijo se torció en "los países", hoy vieja me suena a burla del destino su sentencia de que vendrán días mejores, por que nada será mejor si usted está ausente.