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lunes, 21 de enero de 2008
POETA DE LA SEMANA
LA POESÍA DE ÁNGEL GONZÁLEZ: «UNA VIVA HISTORIA»
Antonio Moreno
Canto y cuento es la poesía.
Se canta una viva historia,
contando su melodía.
(Antonio Machado)
La poesía de Ángel González (1925) ocupa, casi por entero, la segunda mitad del siglo veinte: su primer libro, Áspero mundo, se publicó en 1956, y sus últimas composiciones, diecinueve textos reunidos en la antología 101+19 = 120 poemas bajo el epígrafe «Poemas inéditos», fueron editadas en el año que cerraba esta centuria recién concluida (1). Si subrayo este dato, evidente para cualquier mínimo conocedor de la poesía española contemporánea, es porque la obra del autor ovetense ilustra con singular relieve lo que ha sido la historia no sólo de su período, sino de la práctica totalidad del siglo en que ha sido escrita. Empeñado en dejar en sus versos testimonio de su circunstancia («el escenario y el tiempo que corresponden a mi vida», como escribe en la nota que figura en la solapa de Palabra sobre palabra, título de uno de sus libros que también designa su poesía reunida (2)), Ángel González ha originado un espejo que devuelve, poema a poema, una acabada imagen del hombre de su época y el reflejo de las tensiones e inquietudes que han caracterizado las artes y las letras de todo el siglo veinte: la imagen de un sujeto arrojado a un mundo vencido, roto y huérfano de valores, frente al que la existencia humana resulta un conflicto sin justificaciones metafísicas y con escasos fundamentos vitales y morales; el reflejo de la pugna entre un sentido instrumental de la poesía -dialéctico, transformador del mundo- y una orientación de la misma desligada de cualquier compromiso histórico. En suma, y esquematizando, dos notas circunscriben Palabra sobre palabra: existencialismo y, unida a él, función social de la poesía. Habrá que partir de esta telegráfica caracterización preliminar para atender a la trayectoria poética de Ángel González.
Los poemas iniciales de Áspero mundo ya revelan las que van a ser las líneas directrices del conjunto de la obra de su autor. Se parte de la fatal oposición entre un «acariciado mundo», desvanecido e irrecuperable, y el «áspero mundo» al que el adulto es confinado (p. 9). Después el poeta pasa a describir su estar en ese mundo inclemente desde dos perspectivas, una que podríamos denominar, en un sentido amplio, metafísica (un ser perdido a merced del tiempo), y otra histórica, que muestra a ese ser como un «hombre solo» situado en una ciudad -Madrid- y en una fecha precisa -1954-, «un hombre con un año para nada» (pp. 13 y 14). Se parte también de un distanciamiento reflexivo ante el propio nombre («Para que yo me llame Ángel González / para que mi ser pese sobre el suelo») como algo adventicio, que sobreviene a lo verdaderamente sustantivo: un ser que no es distinto de los otros hombres que le precedieron en la existencia y que él contempla en «el viaje milenario de mi carne». Tal sentimiento de extrañeza ante el primer signo configurador de la identidad, el nombre, continúa en su último libro, Deixis en fantasma (1992).
Nada es lo mismo
La lágrima fue dicha.
Olvidemos
el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.
¿A qué llorar por el caído
fruto,
por el fracaso
de ese deseo hondo,
compacto como un grano de simiente?
No es bueno repetir lo que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:
nada es lo mismo.
Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
Elegido por aclamación
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy -silencio-
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
Siempre lo que quieras
Cuando tengas dinero regálame un anillo,
cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,
cuando no sepas qué hacer vente conmigo
-pero luego no digas que no sabes lo que haces.
Haces haces de leña en las mañanas
y se te vuelven flores en los brazos.
Yo te sostengo asida por los pétalos,
como te muevas te arrancaré el aroma.
Pero ya te lo dije:
cuando quieras marcharte ésta es la puerta:
se llama Ángel y conduce al llanto.
J.R.J.
Debajo del poema
-laborioso mecánico-,
apretaba las tuercas a un epíteto.
Luego engrasó un adverbio,
dejó la rima a punto,
afinó el ritmo
y pintó de amarillo el artefacto.
Al fin lo puso en marcha, y funcionaba.
-No lo toques ya más,
se dijo.
Pero
no pudo remediarlo:
volvió a empezar,
rompió los octosílabos,
los juntó todos,
cambio por sinestesias las metáforas,
aceleró...
mas nada sucedía.
Soltó un tropo,
dejó todas las piezas
en una lata malva,
y se marchó,
cansado de su nombre
Crepúsculo, Albuquerque, invierno
No fue un sueño,
lo vi:
La nieve ardía.
Final conocido
Después de haber comido entrambos doce nécoras,
alguien dijo a Pilatos:
-¿Y qué hacemos ahora?
Él vaciló un instante y respondía
(educado, distante, indiferente):
-Chico, tú haz lo que quieras.
Yo me lavo las manos.
Ya nada ahora
Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya ahora
-ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa-
podrá evitarlo:
exento, libre,
como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,
creciente en un espacio sin fronteras,
este amor ya sin mí te amará siempre.
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