Que sientes
cuando sientes? Que te lleva a pensar lo
sentido? Cuando oras o rezas en el
espacio pequeño reservado a el Dios que mantienes en el bolsillo izquierdo de
tu pantalón negro, con nombres diferente, desde
el Iahveh judío hasta el Cristo
de Belén al Ala de la meca, pasando por el Siddhartha Gautama, pastor de las hierbas que amamantan las creencia
de todos los millones que amparados en
su verdad divina se esconden en el Tigris ampuloso que desemboca incontinente
en el pérsico profundo.
Y los
dioses de hojas, piedras y huesos de los
Africanos en la esencia pura del
atabal de cuero de sus tambores en el Asase Ya del Abassi, similar en la
estructura del edén que a fuego y espada
de acero catequizo a las Américas en hogueras profundas de cuerpos palpitantes
en nombre del amor divino de un Dios que creamos en base a nuestras necesidades
inmediatas de pequeñez terrenal.
Y los dos
mil dioses que en cinco mil años han paseado por el vasto territorio chino y
los taos del Japón que vagan impenitentes en el fujiyama en la espera de Amaterasu en el
sintoísmo envolvente o en el shinto amamantador de ocho mil dioses en su panteón
que declara sin rubor alguno, de la nada a la nada.
Cuando
declaremos nuestra profunda FE, nuestra entrega absoluta sobre lo que
profesamos, sobre todo si la vida en un prodigio de encanto, mantiene con holgadas
reservas nuestros espacios críticos llenos, no olvidemos, si queremos agradar
nuestro ego, Dios está en otra liga, muy diferente, pero muy diferente, no
creamos que podemos interpretarlo, que nuestra ignorancia no nos lleve a ponerlo al lado de nuestra incapacidad
humana.
Que nuestra entrega, que proclamamos de manera sostenida en los medios, donde queremos aparentar que somos bendecidos y escogidos en el principio divino de la cucara macara en la lotería del club del cielo, donde estamos inscritos como miembros preferenciales no nos haga olvidar que todos los días mueren ocho mil niños de hambre, que por desgracia no pertenecen, como nosotros, al club de los escogidos. Y, a los que tenemos la obligación moral de ayudar o si no callarnos y no ofender a Dios con nuestro protagonismo obtuso, desmedido y falso.
Que nuestra entrega, que proclamamos de manera sostenida en los medios, donde queremos aparentar que somos bendecidos y escogidos en el principio divino de la cucara macara en la lotería del club del cielo, donde estamos inscritos como miembros preferenciales no nos haga olvidar que todos los días mueren ocho mil niños de hambre, que por desgracia no pertenecen, como nosotros, al club de los escogidos. Y, a los que tenemos la obligación moral de ayudar o si no callarnos y no ofender a Dios con nuestro protagonismo obtuso, desmedido y falso.