Tengo tantas
cosas que hablar contigo, cosas, que no sabes, o que de tanto saber, has echado
al olvido, a ese rincón oscuro donde depositamos de tanto en tanto las
cuestiones tediosas que nos circundan por saberlas o por haberlas sabido, tengo
por deber decirte lo que debo, por
querer decirte, en este páramo inconcluso donde a veces decimos con gruñidos terminantes,
lo que no expresamos con palabras, por temor a no oir el ruido intimo de
nuestros fracasos o del triunfo que solapado se mete solitario en la imagen del
espejo que nos mira.
Fuiste yo
en tus comienzos, aun mucho antes de ser tú, en ese dejo de placer efímero que
trajeron las lluvias de mayo en el terreno fértil del abril extenso, cuando las
flores se abren a la primavera en el deshielo angustiante del invierno, cuando
los ríos desatan sus causes.
Eres yo,
navegando pirata, la sangre del comienzo de tu historia, en todas las historias
que contaras al borde de los leños de la hoguera que soplaras, en la yesca del principio,
tu principio, en este final que es mío, como tuya serán, navegante, las gaviotas
acoradas al futuro.
Muchas
veces estuve ausente cuando el calor de la fiebre te agobiaba, o cuando un
dolor, de esos que a tus años, tocan con frecuencia la ventana, no llegue con
mi mano a acariciarte ni a decirte con el bálsamo de la palabra que te amo. Y, cuando algún sueño, retozón, te despertó con
temor de madrugada, no oíste mi voz, para ahuyentar las sombras y encender la
luz que aleja el miedo.
A veces tus
preguntas, no encontraron mis respuestas, ni entendí que por alguna suerte de
sortilegio, supieras sin decirte mis deseos, qué podrían no ser tuyos, como no logro entender tu fanatismo por
New York, estando mi corazón con Boston, ni porque no te gusta Sabina ni Serrat
y cuando oigo a Vivaldi te alejas en silencio.
Eres otro
mundo, eres el futuro, eres la magia de la vida, eres yo en un nuevo espacio,
como soy tu en las líneas del pasado y como Jano, eres la cara del mañana y yo
la del ayer en este ayer tan cercano al olvido, como tú, cerrajero, en abrir
las rendijas del futuro y plantar tu semilla en la impronta de la vida.
Cuando juzgues,
que lo harás, concédeme como atenuante de culpa, que independientemente de mis
yerros, muchos y frecuentes, nunca ha sido tan sublime la palabra, nunca el
grado de amor en la escala del sentimiento humano, nunca el calor de la esperanza y menos el temor al
olvido, cuando sale de mis labios y de mi corazón tu nombre...Hijo.
Asdrovel A. Tejeda
Asdrovel A. Tejeda