Sentada al
lado del camino, en la entrada del puente de bajada, la vi con las manos en
frente de su rostro, con un gesto de profunda pena, sus ojos anegados en llantos,
me acerque silencioso y me senté a su lado, en un gesto solidario, respetando
el dolor que emanaba como el agua de un dique abierto.
Al notar mi
presencia, me miro y balbuciente me saludo diciendo: Perdone caminante que
retrazo su camino con mi angustia, sé que no debo mostrar mis penas de esta manera,
pero, al mirar el principio del camino de bajada, me detuve a mirar el pasado y
no pude detener el dolor, que sin aviso oportuno, violó sin pudor el sentido
correcto del manto indeleble que nos imponen las reglas y valores de los demás.
He vivido
una vida buena, noble, con actores que me han colmado de alegría, de bienes y cariño,
he subido por escalas, mecidas por los vientos de la dicha, caminado por las vías
de los adoquines del éxito y, recogido con tino, los frutos abundantes de la
vendimia en el lagar de los años vividos.
Sin
embargo, logro decir después de un largo silencio, sin embargo, al pisar las
baldosas que coronan la cima, satisfecha, al volver la vista, descubrí a lo
lejos el guiño cargado de ternura de un amor perdido en el tiempo, que vino
fiel a despedirme y que ahora comprendo con tristeza que fue el regalo más
grande que me dono la vida y que deje marchar al comenzar el camino de subida.
Asdrovel A. Tejeda