Estaba un
hombre sentado en el firme de una loma, hacia poco que había escampado, después
de llover torrencialmente por algunos días, veía que el arroyo desbordado se
llevaba todo a su paso, debajo del firme donde él estaba asentado, personas,
animales, casas y cosas, el los miraba de manera indiferente, pensaba con algún
tipo de regocijo interno, que él estaba bien y lejos del centro del arroyo. Que
me importa a mí, ni me llega, ni me pega, no pensaba en nada ni en nadie, solo
en su seguridad y entre dejos suspirosos, pensaba en las ganancias que podía sacar
del arroyo revuelto.
Levanto la
vista para mirar un pequeño claro de luz, que pugnaba por salir, entre las
nubes encapotadas, en un combate singular, en una lucha feroz, por desgarrar las
nubes negras e imponer el sol, la lucha constante de la luz y la oscuridad. Sintió
algo humedecer sus pantalones a la altura de sus pantorrillas, bajo la vista un
momento con una sonrisa de seguridad y,
el arroyo se lo llevo.
A veces nos sentimos seguros e indiferentes, pensamos
que en nuestros pequeños espacios estamos lejos de cualquier eventualidad, nos
olvidamos de que somos parte de un todo, nos hacemos sordos y mudos sin comprender, con nuestros egos atrofiados y
condicionados, que la vida es un milagro breve, un suspiro en el viento que
solo deja huellas, cuando somos los demás, en la esencia perfecta del todos
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