Un ventarrón enardecido golpeo el cristal de la ventana y el ruido trémulo del aullido del viento despertó en gemidos el corazón pasivo del silencio.
Una linterna de cocuyos abrió la luz de la esperanza mientras las olas de redención perenne, en el esfuerzo viril de la tormenta, entregados a la briza del amor en el aleluya unicente del deseo, desbordo las olas de pasión en peces, caracolas y sirenas.
Una sonrisa pincelo su cara de alegría y la imaginación de sueños peregrinos y se vio descender a su cuerpo de mapas astronómicos y recorrerlo por el camino de Santiago, desde su estrella marinera a su Venus encendida y quieta. Sintió la turgencia de rocas satisfechas de sus colinas erguidas y la tersidad de sus valles de vid.
Oyó el cascabeleo armonioso de su risa satisfecha y en ese preciso momento, cuando abría a fuerzas de besos ávidos y conjuros extremos de felicidad el arca de sus joyas, sonó con insistencia el reloj despertador.
Asdrovel Tejeda Acevedo
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