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miércoles, 9 de febrero de 2011

AL CÉSAR LO DEL CЀSAR


Le comentaba anoche martes al amigo poeta César Sánchez Beras, que desde el sábado en horas tardías de la noche, cuando publique en esta página, su poema de mujer de jazmín, cundeamor y noche en fuga, trescientos setenta y nueve personas, en un vasto abanico que cubría tres continentes habían entrado a leerlo, le decía que a lo mejor podían considerar escaso el público visitante si se veía desde la óptica que tabula entradas masivas en los medios interactivos, pero, hacía la salvedad, como esta página no clona noticias, ni produce artículos de farándula, ni naderías consideradas importantes por un publico ávido de cosillas banales, esa cantidad es en sí misma importante, dado no solo porque los poetas son una especie en extinción, sino, también porque los amantes de la poesía y del buen leer, los capaces de enchinársele el alma y brotarles la felicidad, la nostalgia y entregarse por entero al cincel de un verso, a la escalera divina de una imagen o al súmmum total de la muerte lenta del recuerdo, para volver a renacer en cada palabra encadenada a una poesía, somos minoría, por eso estimo que 379 es un número mágico y reconfortante, por lo que en honor a los lectores, seguiremos con las poesías vivenciales y los cuentos de César Sánchez Beras.


Acostada en mis párpados


Tengo una mujer acostada en los párpados,

que deambula en mis ojos y me escupe los sueños,

con su pelo revuelto y sus pasos de lluvia.


A veces cuando duermo se sienta en mis pupilas,

al despertar no puedo mirar el horizonte,

y solo veo sus muslos guerreando en la mirada,

no tengo mas visión que su boca madura,

sus alas enormes de mujer innombrable.


Tengo una mujer acostada en los párpados,

de noche se desnuda por entre mis pestañas,

y quisiera llorarla para que se me aleje,

gritarla gota a gota para que no se duerma,

en mis ojos cansados de mirarse en sus huellas.


Tengo una mujer acostada en los parpados,

y aprieto bien los ojos por temor a perderla.



Por unas de esas vainas de los amantes, ella, la mujer de jazmin, cundeamor y noche en fuga, en una llamada queria preguntarme por mi sexo sin nombrarlo y le llamó al falo, Lolo. Yo le preguntaba por su sexo, sin nombrarlo, diciéndole al suyo, Lola...


Ausencia de Lola

Si tan solo me leyeras con las manos

estos símbolos toscos que brotan de las ingles

las líquidas palabras del sudor del vencido

los gestos de la sangre que fértil se derrama.

Si tan solo me leyeran tus piernas solidarias

cuando escribo tu nombre con el frio del invierno

cuando te deletreo entre las tempestades

cuando se desdibuja mi lluvia en tu ventana.

Si tan solo pudieras leerme con tus senos

amamantar la gracia que tienen los enigmas

descifrando mi sombra escrita en tus pezones

el raro verso mío que en tu piel se subleva.

Si tan solo pudiera tu clítoris leerme

escribir con su savia mi nombre en esta hora.

El olor de Lola



Tu cuerpo

es olor de ti por todas partes.

Almizcle en el pezón derecho

canela la boca y la cintura

lavanda en las manos y en el miedo.

Tu olor a llovizna sin sonríes

todo café en la axila que amanece

a tierra mojada si te entregas

crisantemos la oreja y el ombligo

olor a pasado y a silencio.

Mi cuerpo huele a ti por todas partes

el olor a salitre de los hombros

esencia de intemperie en la mirada

el olor a naufragio de tus párpados

olor de cerezos en tus ganas

el olor a huida de tu talle

el olor a eternidad en el orgasmo

que es como debe oler la llamarada

la noche toda es tu fragancia

el gozo huele a ti por todas partes.




Una canción para dos

Decía llamarse John-Ana y puedo jurar que más de una vez vi la sombra
de Dios bailar en su sonrisa y la inquina del diablo salirle por los
ojos. "Primero muerto que sencillo" decía a veces y en otras "primero
muerta que desarreglada " sentenciaba.

Era la burla de quienes lo vieron crecer entre un harén de barbies
reparadas y vuelta a romper, en la impronta de la pobreza que lo
consumía en el vecindario de los Bradford. Era la burla de quienes le
matizaban la pasa africana que trajo de herencia y que el Clayrol no
pudo colorear felizmente y el alisado de miel y leche traído de
República Dominicana, tampoco pudo darle el carácter lacio que él
buscaba para que fuera perfecta su imitación de Lucero y de Paulina Rubio.

Terminó conformándose con un cabello de textura mixta y de color casi
berrendo, que si bien no lo asociaba con las divas mexicanas, le
permitía salir a flote, cuando imitaba a Guadalupe Reymond y su grito
de guerra, su grito de hembra-hombre en celo, para decir que era la
Lupe y Javier Solís en un mismo grito desgarrado.

Dejó de ser mi alumno de literatura, pero seguimos siendo amigos /
amigas, porque además de respetar su condición de hermafrodita, en el
fondo, nos unía la misma soledad y el espanto de no sabernos amado por
lo que somos, sino por una suerte de performance que tenemos que
realizar para subirnos a la carroza de la fiesta de los otros.

A veces nos cruzábamos en la Broadway y ella / él, saludaba con
resquemor, como queriendo respetar mi condición de heterosexual, como
evitando involucrarme ante los ojos del mundo en el mundo de exilio y
desarraigo en que él / ella transitaba.

"No es ser mujer, sino saber serlo", aseguraba cuando alguna niña rica
le quería quitar el puesto de reina por un día... Tú no sabes lo que
te pierde por presumir de macho" argumentaba cuando enfrentaba la
homofobia dominicana y boricua que lo acorralaba en su doble
sexualidad...

Siempre la vida nos reunió de alguna forma desde que salió de mi
salón de clase. A veces yo desandaba la noche buscando un café con el
que mitigar mi abulia y él / ella venia "por la encendida calle
antillana" rasgándose la vestidura, atravesando la noche con su
vestido de brillo, su peluca rubia, sus tacones altos y una autoestima
invencible.

Otras veces era yo el que atravesaba la noche buscando un amor de
ocasión, una ternura insospechada, una caricia fortuita, que me
devolviera la fe en mi mismo, y ella/ él, venia roto / rota, con la
cruz doble de no ser amada ni amado, con el delirio quebrado de no ser
ni odiado ni aborrecida, sino un doble maniquí en donde nadie colgaba
la loca vestidura de la comprensión.

Entonces nos mirábamos de nuevo sin reconocernos, como dos despojos
que coinciden en la misma tumba, pero que vienen de distintas muertes.
Su saludo displicente con la mano casi extendida y sin ninguna
expresión de alegría, era contestado por mi saludo tímido, envuelto en
mi tristeza y en la tristeza ajena de saberlo sin hogar, en una
ubicuidad espantosa.

La penúltima vez que lo vi, coincidimos en un bar donde la gente canta
leyendo las letras de las canciones en una pantalla, mientras un
aparato amplifica la melodía de la canción elegida. Yo garabateé en
una servilleta unas estrofas que me dictaban su pena de verlo reír
para arrodillar al mundo, mientras él lloraba arrodillado en su interior
de niño / niña triste. Le di la servilleta como quien descarga un
barco viejo después de muchas leguas de viaje.

La ultima vez que lo vi, fue coincidencialmente en el mismo bar,
parecía más resuelto, resuelta, vestía elegante y su orgullo
rivalizaba con la sonrisa de triunfo, con sus tacones altos, con su
vestido largo y con sus uñas exquisitamente arregladas. Pidió una
canción para hacerla al estilo kareoke, pero solo dejó que la melodía
corriera, mientras entre tristeza y valentía, entonaba a capella, las
estrofas que yo le escribiera y que ella / él hizo canción, estas
fueron las estrofas que le hiciera, pero nadie la cantará como ella,
estoy seguro, nadie la cantará como él...

,Una canción para dos



Yo conozco una niña que le miente a su sombra
que no mira su rostro cuando mira al espejo
que se llena de dudas cuando el deseo la nombra
con el nuevo pecado del pecado más viejo

yo conozco una niña que ha fingido ser rubia
que se finge mulata, que se finge morena
que vende a sobreprecios sus palabras de lluvia
porque a ella la vida le fingió que era buena

también sé de un muchacho de carácter muy rudo
con chaleco de cueros y zapatos gastados
y toca a la guitarra cual si fuera un escudo
las canciones de Silvio de los años dorados.

y comparten el cuerpo que le prestó la vida
como dos pasajeros en el vagón de un tren
y se juntan a veces al igual que una herida
y hay heridas que nunca cicatrizan muy bien

yo conozco un fantasma que se viste de estrella
que idolatra un revólver que es su amigo más fiel
porque muchos lo tocan preguntando por ella
porque muchos lo tocan preguntado por él.

César Sánchez Beras

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