Los bueyes van mugiendo. Agoniza la tarde.
El cielo es una alondra lejanamente fría.
En los ojos de un niño hay un salmo que arde,
lo demás es un canto con tinte de agonía.
Las palabras se ausentan dando paso al dolor,
mientras el coro entona su tristeza de lirio,
tras la pregunta ingenua se escucha con martirio,
la cortante respuesta: Se ha marchado el pastor.
Es un muerto tan grande que no cabe en el llanto,
por eso es que lo llevan entretejiendo un canto,
que tiene en la armonía las notas de su nombre...
Solamente los bueyes gimen con hondo empeño,
mientras llevan a cuesta a quien tuviera el sueño,
de humanizar la bestia que dormita en el hombre.
Cesar Sanchez Beras
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